Jueves 17 de abril de 2012. Por Atenea Rosado Viurques*
“Mediante la Educación decidimos si amamos a nuestros niños lo suficiente como para no arrojarlos de nuestro mundo y abandonarlos a las expensas de sus propios recursos”.Hannah Arendt
Sólo uno de cada diez de los concursantes que presentaron el examen de ingreso a las licenciaturas de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) tienen la oportunidad de acceder a ellas. No sabemos qué pasará con los otros nueve, muchos se presentarán a la prueba de junio, varios considerarán otras universidades, algunos emprenderán la búsqueda en el campo laboral: tomarán meses buscando espacios inexistentes. No habrá lugar en lo laboral ni en lo académico.
Únicamente uno de cada diez de quienes quisieron aprender en las aulas de la Universidad sabe que podrá hacerlo. Querer saber, querer aprender, querer explorar los caminos de una licenciatura, no basta: hay que obtener ciertos resultados en un examen.
Son 120 reactivos los que componen dicha prueba. La primera instrucción es una advertencia: “Queda absolutamente prohibido copiar”, después se indica usar lápiz del número dos para llenar los alveolos del cuadernillo de respuestas. Durante las horas que tome el examen, nadie podrá girar la cabeza, mirar a los otros o colorear.
El examen de ingreso a nivel superior (generalmente pensado y hecho por el Centro Nacional de Evaluación para la Educación Superior A.C. -Ceneval-, institución de carácter privado) explora las habilidades básicas deseables para todos los alumnos de bachillerato, deja de lado el proceso en sí que lleva a determinados estudiantes a conseguir buenos o malos resultados. No se evalúan conocimientos cognitivamente más complejos como el pensamiento crítico, la creatividad o síntesis, se queda en lo simple. Habrá estudiantes que obtengan excelentes resultados debido a su contexto social y habrá quienes, los menos, lo hagan a pesar de su entorno. La evaluación de doce años de escolarización será respondida en un par de horas, 120 reactivos.
El futuro de cerca de 140 mil jóvenes en el caso de quienes optaron por la Universidad Nacional, además de todos aquellos que presentaron exámenes para otras instituciones, dependió de ese par de horas.
Lejos de que las pruebas estandarizadas, como herramienta de diagnóstico, contribuyan a la mejora del sistema educativo, han adquirido el poder de determinar el futuro individual de cada uno de los concursantes. Toda la esperanza se deposita en un conjunto de diez páginas y un cuadernillo de respuestas. Si no resulta, habrá que buscar empleo, lástima que cada vez los haya menos o que con el tiempo el mismo certificado de licenciatura sea más necesario.
¿Qué hacen quienes son excluidos del sistema educativo? ¿Cuántos trabajan? ¿En qué? ¿Hacia dónde se dirigirán quienes no vieron su folio en la lista publicada hace quince días? ¿Hoy, qué negocio ofrece el mejor salario para quienes cuentan con conocimientos básicos? ¿Qué hubiese pasado si los 50 mil millones de dólares que han sido gasto adicional en seguridad este sexenio(1) hubiesen sido asignados a la educación? Porque aún nos quedan universidades por formar, licenciaturas e ingenierías que crear, laboratorios por diseñar, investigaciones por realizar, patentes por registrar.
Este México ha abandonado a sus jóvenes, hemos sido incapaces de construir instituciones que alberguen a quienes tienen el deseo de acercarse al saber, mientras a la par nos hemos empeñado en hacer una prueba que dicta quiénes sí y quiénes no tienen el derecho de acceso a la educación.
*Estudiante de Pedagogía en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM.
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