Gracián nos enfrenta a un compromiso moral: actuar. Llama la atención la actualidad del debate que nos plantea y con la radicalidad que lo hace. Radicalidad que surge de la visión moral que imprime a la necesidad de actuar, a la obligación de hacer, de transformar la realidad. Emprender es un deber no una opción.
Frente a la improvisación y la precipitación, el reto no es otro que mantener la capacidad crítica; revisar los valores de la convivencia, evaluar las amenazas y fijar referencias sostenibles, y por ello compartidas.
En definitiva, superar las restricciones que imponen la ansiedad o la codicia. Despacio, sí; pero seguro. Emprender, reflexionar, aprender sin pausa, sin dilación. El riesgo inasumible es quedar paralizados ante la incertidumbre.
Es evidente que vivimos una situación en la que se acumulan las paradojas conduciéndonos a un momento de crítico.
Nunca nos hemos sentido tan poderosos y a la vez tan frágiles. Cuando vamos a buscar soluciones en el libro de instrucciones sólo encontramos en él una frase que nos dice: “Consulte a los que lo están haciendo”. Las oportunidades se dibujan con agua sobre planchas calientes. Nunca hemos podido acceder a tanto conocimiento y a la vez nos ha resultado tan difícil valorar de los riesgos que asumimos. Cooperar, compartir; aumentar la red y la intensidad de sus flujos es la única manera de poder adaptarse una realidad en continuo y vertiginoso cambio, es la única manera de poder contribuir a su configuración, en definitiva es la manera de ser.
Hacer es aprender. Aprender es emprender. El arte de la prudencia, hoy es el arte de emprender, y el arte de emprender con conduce al arte de aprender. En este entorno la recomendación de Gracián cobra una vigencia radical, “Todo lo que comiences, no pares hasta conseguirlo”. ¡Invéntate el futuro! Todo es posible porque antes ha sido soñado.
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