miércoles, 22 de febrero de 2012

EDUTOPÍA


Una edutopía

Eso supone tomar en cuenta asuntos clave del sistema educativo: su gobierno, la filosofía en que se debe sustentar, los recursos financieros, la distribución equitativa de sus beneficios, la práctica docente y otras tramas hasta llegar al sanctum de la educación: el salón de clases. Carlos Ornelas*

Una maestra me comentó que mis escritos, no obstante que en su opinión describen con certeza lo que pasa en la educación nacional, le causan pesimismo. Pregunta si no hay alternativas. Me permito resumir el epílogo de mi nuevo libro: Educación, colonización y rebeldía: la herencia del pacto Calderón-Gordillo, la suma de mi esperanza.
Edutopía es un acrónimo que de inmediato evoca la palabra educación, pero más a la voz utopía, con una amplia gama de significados. Voy a tomar una posición ortodoxa. Utopía, la novela social escrita por Tomás Moro, representa una isla de ficción con su propia religión y costumbres. Este libro se convirtió en un manifiesto antiautoritario y la palabra utopía sirvió para calificar todo proyecto innovador o de cambio social, que pareciera irrealizable.
Paulo Freire, en La educación como práctica de la libertad, sembró en mi visión cierto espíritu optimista que me ha permitido bregar buscando alternativas, desde los años 70. Su idea de no perder la fe en las capacidades del ser humano influyó en mi perspectiva. La esperanza “sola no gana la lucha, pero sin ella la lucha flaquea y titubea. Necesitamos la esperanza crítica como el pez necesita el agua incontaminada”.
Una edutopía completa supone tomar en cuenta asuntos clave del sistema educativo: su gobierno, la filosofía en que se debe sustentar, los recursos financieros, la distribución equitativa de sus beneficios, la práctica docente y otras tramas más hasta llegar al sanctum de la educación: el salón de clases.
La idea de la educación democrática, como la definió John Dewey en Democracia y educación, engloba los principios de justicia, libertad y diversidad, concebidos, junto con la educación, como derechos fundamentales. Según Dewey, la asociación principal de la democracia es con la libertad y la justicia. Su sustento: una masa de ciudadanos educados para ser hombres —y mujeres— libres.
Una de las deficiencias de la democracia, reside en que el Estado no puede constreñir a todos a que cumplan las reglas de la misma democracia. Es aquí donde interviene el sistema escolar.
La función ciudadana de la educación, según John Dewey, es que la escuela debe “convencer” a los educandos que para vivir en sociedad hay que seguir las reglas de la democracia. Los individuos deben guardar lealtad a la humanidad y a las leyes, no a un Estado en particular. Es una visión cosmopolita, una perspectiva edutópica.
Para comenzar a forjar esta edutopía, el sistema educativo mexicano requiere una masa de maestros educada, democrática y libre. En ellos reside la práctica fundamental. Me imagino a un Estado libre del corporativismo y de relaciones clientelares. La tarea inmediata es demoler al SNTE y poco a poco eliminar los rasgos perversos que permanecerán como herencia. En esa tarea, los docentes justos y honestos deberán ser la vanguardia de una rebelión contra las camarillas, los caciques y la corrupción que los acompaña. Vislumbro un universo de sindicatos libres, donde los maestros se afilien de manera voluntaria con el fin de defender sus derechos legítimos y arreglar asuntos laborales. Ningún gobierno retendrá sus cuotas.
También fantaseo sobre una burocracia profesional, que haga su trabajo, que cumpla con las atribuciones que le fijen las normas, que sea eficaz y cumplida. Para la observancia de las funciones de mando en la educación, el funcionariado deberá ser seleccionado con base en aptitudes y jerarquías bien determinadas, no con las reglas implícitas del compadrazgo y el amiguismo, que se derivan de la colonización que el Sindicato  Nacional hizo del mando de la educación básica.
Esta perspectiva tiene como premisa la esperanza de que, sólo con maestros libres, responsables y persuadidos del valor de educar (ética de la convicción), se podrá construir una educación mexicana que se asiente en la democracia y promueva la libertad y la justicia; además, que sea de gran calidad para la mayoría de los mexicanos, en especial los más pobres. De la misma manera, apela a la ética de la responsabilidad de todos los actores del hecho educativo: políticos, funcionarios, directivos, docentes, padres de familia y estudiantes. Todos trabajando en armonía con los segmentos sociales a los que debe servir. Es una edutopía democrática y equitativa.
        *Académico de la UAM

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