Por René Avilés Fabila (fragmento) | ||||
No miremos a la educación pública en especial, veamos con cuidado el decaimiento de un sistema que funcionó bien. Permítaseme un ejemplo personal. Mi madre (mujer divorciada) era maestra de primaria y cubría dos turnos: matutino y nocturno. Con esos ingresos vivíamos bien, en casa propia y sin problemas de envergadura; si los había, el ISSSTE concedía un préstamo con grandes facilidades. Tengo fotografías que muestran a mi mamá en amplios salones con sus colegas, todas elegantes y distinguidas. En casa había una excelente biblioteca no sólo compuesta de textos escolares, sino de mucha literatura. Hoy es imposible ver esa situación. El Estado descuidó su más valiosa creación: la educación pública. No fue un hecho fortuito, fue gradual. El sistema político se agotó y lo vimos claramente antes de 1968, año en que el malestar estalló en la parte más sensible de México: los estudiantes y académicos. El país fue degradándose inexorablemente. Hoy está al borde de un colapso y nadie ofrece grandes proyectos para frenar el deterioro, a lo sumo paliativos que nada resuelven. En España y en Chile, para sólo citar dos casos, los jóvenes han salido a las calles a manifestar su terrible malestar. Comienzan, sí, como en París y México 68, con protestas de tipo escolar, pero siguen de inmediato con demandas más complejas como el empleo, la democracia, la igualdad, la pluralidad, la justicia y la presencia de un Estado capaz de entender los problemas sin las presiones de la globalización neoliberal; por donde se le vea, una aberración. Visto aquí: |
viernes, 19 de agosto de 2011
¿Dónde están nuestros indignados?
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