viernes, 19 de agosto de 2011

¿Dónde están nuestros indignados?

Por René Avilés Fabila (fragmento)


Recuerdo mis años escolares, todos transcurridos en escuelas públicas, de gobierno, decíamos en aquella época. De la primaria hasta la licenciatura en la UNAM. Como profesor me formé en esas mismas aulas y de la UNAM pasé a la UAM, donde estoy ahora. Cuando hicimos el examen de admisión para ingresar a la primera, no todos consiguieron aprobar. Jamás olvidaré la tristeza de aquellos muchachos: ¿a dónde irían a estudiar? Y algo semejante ocurría en el IPN. Tendrían que ir a una escuela particular, imposible, ni existían muchas ni eran confiables para hacer una carrera seria, con inmejorables maestros, planes de estudio avanzados y con buenas aulas y laboratorios. Hoy es exactamente al revés; los jóvenes que no pueden ir a una universidad privada tienen que ir, contra sus deseos y los de sus padres, a una pública. ¿Qué nos pasó?

   No miremos a la educación pública en especial, veamos con cuidado el decaimiento de un sistema que funcionó bien. Permítaseme un ejemplo personal. Mi madre (mujer divorciada) era maestra de primaria y cubría dos turnos: matutino y nocturno. Con esos ingresos vivíamos bien, en casa propia y sin problemas de envergadura; si los había, el ISSSTE concedía un préstamo con grandes facilidades. Tengo fotografías que muestran a mi mamá en amplios salones con sus colegas, todas elegantes y distinguidas. En casa había una excelente biblioteca no sólo compuesta de textos escolares, sino de mucha literatura. Hoy es imposible ver esa situación. El Estado descuidó su más valiosa creación: la educación pública. No fue un hecho fortuito, fue gradual. El sistema político se agotó y lo vimos claramente antes de 1968, año en que el malestar estalló en la parte más sensible de México: los estudiantes y académicos.

   El país fue degradándose inexorablemente. Hoy está al borde de un colapso y nadie ofrece grandes proyectos para frenar el deterioro, a lo sumo paliativos que nada resuelven. En España y en Chile, para sólo citar dos casos, los jóvenes han salido a las calles a manifestar su terrible malestar. Comienzan, sí, como en París y México 68, con protestas de tipo escolar, pero siguen de inmediato con demandas más complejas como el empleo, la democracia, la igualdad, la pluralidad, la justicia y la presencia de un Estado capaz de entender los problemas sin las presiones de la globalización neoliberal; por donde se le vea, una aberración.
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