IVÁN RÍOS GASCÓN Y JUAN ALBERTO VÁZQUEZ (MILENIO).
El único reproche que se le pudo hacer a Carlos Fuentes fue la falta de sentido del humor en sus cuentos y novelas, genuinos monumentos a la intelectualidad, la lucidez y la tragedia, donde los personajes, como el autor, se tomaban la vida muy en serio.
En su ingente obra, las sonrisas prácticamente brillaban por su ausencia y las carcajadas eran imposibles, quizá porque la búsqueda estética de Fuentes partía de la transcripción del lenguaje popular que, de tan puntual, diluía su ironía en el ritmo de una verbalidad que se plegaba, vertiginosamente, en la solemne perfección de una prosa cuyo único desafío era la ruptura.
No obstante, el ingenio de Carlos Fuentes refulgió como guionista, digamos en Los caifanes, dirigida por Juan Ibáñez en 1967, donde el autor de La región más transparente anotó diálogos chispeantes y concibió escenas de un asombroso humor involuntario.
En el fundido de apertura de Los caifanes, Julissa habla pomposamente a un tipo que la graba con un magnetofón. Sus hieráticas palabras son: “Los iconoclastas siempre terminan deicololastras”. Alguien a su lado dice: “¿La metáfora del hastío? Such a wonderful way to think”.
Más adelante, veremos a Enrique Álvarez Félix, a Julissa y a Los caifanes en una taquería que se parece mucho a un garaje de una casa del Pedregal y a un Santa Claus borracho al que el taquero le quema las barbas en el fogón. El Santa Claus es Carlos Monsiváis, y lo ridículo de la secuencia no solo es el doblaje de Jorge Arvizu El Tata, sino el close up a la imperfecta dentadura de un Monsi que demostró que como actor era un magnífico ensayista. Una escena más: en el baño del cabaret, Julissa se mezcla con las putas y una de ellas le aconseja: “Píntate más rojos los labios. Así se ve una más trompuda y es más sexy”. Y luego otra le cuenta de su barba partida hecha por un cirujano plástico barato: “Me pusieron una placa de platino. Al principio se veía re bonita, pero luego se hizo de lado y ahora la tengo casi en un cachete.” Otra puta le responde: “¡Querías tener barba de artista y ahora vas a quedar cucha!”.
Sería por las actuaciones, la fotografía o los maquillajes (en Los caifanes Tamara Garina se avienta un papelazo a lo Fellini del Tercer Mundo), pero estas escenas provocaban una risa inusitada, tan solo de saber que habían sido redactadas por un genio que se tomaba la vida muy en serio. Quizá porque el sentido del humor, como los trajes y los zapatos, no a cualquiera le sientan bien.
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